Estoy en Puertomarte sin Hilda, Isaac Asimov. Reseña




Hablar de Asimov es hablar de uno de los maestros indiscutibles de la ciencia-ficción. No solo sabía escribir a la perfección y sabía inventar buenas historias, sino que era divulgador científico de profesión, con lo cual sabía de lo que hablaba. De entre sus libros, me quedo con Los propios dioses, pero en esta ocasión voy a comentar un libro de relatos al que da título el de Hilda. Ese relato fue una especie de apuesta con sus editores, que lo desafiaron a incluir asuntos “picantes” alguna vez. Él, por supuesto, demostró que podía escribir de lo que se propusiera, porque dejó más de 500 obras escritas y recibió el premio Hugo de ciencia-ficción en diversas ocasiones, entre otros galardones. Lo que ocurre es que decidía qué tema quería tratar y cual no. En este libro de relatos se propuso algo que no era frecuente, combinar la ciencia-ficción con el género policíaco. Pero no con trampas, por decirlo de alguna manera, porque claro, sería muy fácil en el último párrafo de cada relato justificarlo todo con un invento desconocido de un futuro remoto. Escribió trama policial pero jugando limpio. Y en los once relatos que contiene el libro consigue un resultado muy digno.

A ratos te puede parecer pesado leer sobre ciencia pura, incluso sobre formulaciones químicas, como ocurre en Paté de foie gras, pero por lo demás, su estilo es muy entretenido y ameno, incluso divertido. Retrata al típico científico sumido en sus reflexiones, al que ansía la fama y la gloria, al que da la puñalada trapera, al aventurero, en fin, que plasma lo que sabe del mundillo científico de primera mano.

No sabría cuál destacar sobre el resto, quizá Qué importa el nombre y Nota necrológica. El que da título al libro no me parece el más reseñable, pero es como si los editores lo escogieran por aquello de la novedad de incluir el tema semi erótico. 

Algunos relatos tienen un breve prólogo y/o un epílogo, y traigo aquí los del último relato, La bola de billar, porque no tienen desperdicio. En el primero nos cuenta la ilusión que le hizo recibir el Hugo, y en el epílogo exclama “¡es estupendo ser escritor de ciencia ficción!”. Desde luego que es estupendo escribir ciencia-ficción, doy fe de ello, y también es estupendo leer sobre ello cuando el autor es un genio en su campo, como ocurre en este caso. Incluso cuando el relato no deja de ser correcto a secas, le da cien vueltas a otras cosas que publicaron otros autores, de ese género o de cualquier otro.




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