Esther, bilogía de Viviendo los treinta. De Sadire Lleire. Reseña





Género: chick lit, ficción contemporánea

Sinopsis Libro 1: Esther, galerista en prácticas (Viviendo los treinta nº 1). 86 páginas.

Nunca pensé que el destino tuviese algo bueno preparado para mí. Lo cierto es que tampoco creía en esos hilos invisibles que se supone guían nuestros pasos... Hasta que otra chica se cruzó en mi camino y, llámese coincidencia, azar o sino; pero juntas empezamos a dar forma a nuestros sueños y a sortear nuestros problemas.

Sinopsis Libro 2: Esther, a bofetadas con la madurez (Viviendo los treinta nº 2). 71 páginas.

¿Alguna vez has tenido la sensación de haber conseguido todo lo que deseabas? Por fin te sientes plena y feliz, pero, como buena montaña rusa que es la vida, de repente todo comienza a desmoronarse y los problemas cogen número como si estuviesen en la cola de la carnicería, aunque en este caso, la cola la hacen en la puerta de tu casa. Eso debió de pensar Esther, nuestra protagonista después de tocar la cima de sus sueños con la apertura de la galería y al poco tiempo verse sumergida en una sucesión de acontecimientos que pondrán su vida patas arriba. Al menos puede contar con el apoyo de su amiga Águeda y la compañía surrealista de una septuagenaría de lo más divertida.

Como dato curioso, leí primero el libro 2, y es que ya pierdo la cuenta de los libros que pillo y tengo sin leer xD  No conocía  a la protagonista por el primer libro pero se hace más o menos claro cómo es. De hecho, al leer el primero tampoco se la describe apenas, se la conoce más bien por sus actos y sus opiniones.

Los libros son de chick lit en toda regla: andanzas de una chica en edad de encauzar su vida, laboral y sentimentalmente. Tiene momentos divertidos mientras asistimos a retazos de la vida cotidiana de Esther y a otros momentos más fuera de lo común, que son los conflictos que hace que la historia avance.

Siguiendo mi particular orden cronológico de lectura, en el segundo libro la chica se enfrenta al reto de conocer a la familia política y menudo enredo se monta. Tenemos también el asunto delicado de la enfermedad de la suegra pero la autora lo solventa con humor y ternura. 

Lo de la madurez del subtítulo puede chocar a los 30, pues creo que hoy en día ya no es esa especie de terrible frontera que te aleja para siempre de la juventud. Pero interpreto que no es madurez de edad sino más bien de comportarse como un adulto.

En el libro 1 tenemos el comienzo de la relación de la pareja protagonista, en la que llama la atención lo rápido que se enamoran, en plan flechazo de los bestias. Por suerte para la credibilidad de la historia, la pareja no se forma tan pronto.

Pero en todo caso no hay muchas páginas para dar margen a un ritmo pausado en ninguno de los dos libros pues ambos son cortos, me dio la impresión de leer capítulos seguidos de una novela más larga. Quizá yo uniría todas las partes, si es que hay continuación. 

En resumen, unos libros amenos y bien escritos que no defraudarán a las fans del género.

Diario del coronavirus de Juanjo Ávila García. Reseña


Género: humor, crónica social
307 páginas
Editorial Adarve, año 2020.

Sinopsis:
Marzo de 2020, Granada en estado de alarma. El cuarentón Juanjo, solitario empedernido, se recluye en su apartamento mientras la vida se le empieza a torcer: sufre la persecución de su psiquiatra, que en connivencia con la policía intentará que deje de escribir este diario. Procedente de su juventud, reaparece la ciclotímica Ana, con una actitud arrolladora. Una paloma mensajera es portadora de las amenazas de un viejo enemigo y Rosa, la hacker sentimental, el amor de su vida, inocula un virus en su ordenador con un propósito impredecible. Por otra parte, un atractivo joven de luto se dedica a tocar y a toser sobre los vecinos de la calle. La acción irá devorándolo todo en esta comedia de confinamiento superpoblada de misterio y poesía, en la que palpita la actualidad de la crisis, pues como diario fue escrita por el propio Juanjo al ritmo de los acontecimientos.

Me apetecía mucho leer un libro sobre la etapa del confinamiento de 2020; todos sabíamos que acabarían surgiendo obras en esta línea y quizá hasta pensamos en escribir uno. Creo que, aunque pueda parecer una moda pasajera o un intento de subirse al carro de un tema que vende, debe haber testimonios para el futuro. Y con esa presunción de partida, por ver si sentía algún reflejo de lo que la mayoría vivimos esos días, me dispuse a abordar su lectura.

Lo primero que quiero comentar es la portada. Bonita foto de una calle desierta, uno de los recuerdos más claros y duros de esos días. Daba sensación de realidad dentro de la irrealidad, de que toda esa pesadilla iba en serio, de que, como bien dice el protagonista -escritor para más señas-, en este caso no necesitábamos acudir a la ficción sino que estábamos de golpe inmersos en una distopía real.

El libro se estructura en forma de diario, como indica su título, de manera que cada capítulo corresponde a un día, entre mediados de marzo hasta principios de mayo del fatídico 2020. Por tanto, parece escrito por el autor al ritmo de los acontecimientos. Pero ya desde el principio comprobamos que no se trata de un diario al uso. Es cierto que un confinamiento no da para mucho a la hora de relatar hechos, más allá de los consabidos aplausos desde los balcones y las noticias sobre cifras de contagiados, aunque sí hay bastante que relatar acerca de las emociones que provoca el encierro. No es que falten en este libro pinceladas sobre el miedo, la incertidumbre, el insomnio, la preocupación, etc. Pero el armazón de la novela va por otros derroteros.

Yo resumiría el libro con este titular: delirios de pandemia. La sucesión de hechos resulta tan esperpéntica que, aunque podamos sospechar de una base real, obviamente no puede ser autobiográfico. Cuando me di cuenta de que la pandemia era un elemento más dentro de esta especie de alocada versión humorística de aquellos días, supe que no era un libro al que pudiera recurrir en el futuro para recordar lo que vivimos. El posible hándicap del autor por competir con nuestros recuerdos colectivos no es tal en esta ficción que roza de lejos el confinamiento real. Pues de hecho los personajes se saltan las restricciones con bastante facilidad.

El protagonista se presenta como un solitario empedernido que escribe en casa, por lo que no nota gran variación en su rutina diaria. No sé si lo de levantarse a las 5.30 para escribir es otro chiste más, pues en los días en que la mayoría salíamos una vez por semana a por provisiones, prolongar el día de esa manera es como multiplicar una condena por tres. De todos modos, por muy recluido que vivas, no es lo mismo no salir por elección propia que ante una amenaza semejante a nivel mundial. Pero nuestro protagonista, más allá de escuchar noticias en la radio, vive más preocupado por sus particulares andanzas, que parecen multiplicarse en momentos de supuesto distanciamiento social. Su madre lo visita a diario, varias mujeres se disputan sus favores y su psiquiatra lo persigue sin respiro.

Ni siquiera por tratarse de colectivos de riesgo especial -su madre por edad y él por tener secuelas de una grave enfermedad- acatan a rajatabla el estado de alarma. Y aunque todo forma parte de la intención caricaturesca de la novela, no deja de chocarme y de molestarme incluso a ratos. Está claro que si absolutamente todo el mundo tuviera la empatía necesaria para evitar situaciones de contagio, este virus habría desaparecido o se habría debilitado hace muchos meses ya. Y aunque el narrador dice algo así en algún momento, no es que predique precisamente con el ejemplo.

Desde el punto de vista gramatical, el estilo es impecable a pesar de una única errata que ahora mismo no recuerdo. El estilo es a veces poético y en otras ocasiones más coloquial. Destaco las múltiples metáforas de la muerte, por ejemplo: la muerte es como una bailarina que obliga a todos a danzar en fila. Los personajes están bien perfilados en general, destacando la figura del tipo del traje negro que parece una metáfora personificada del propio virus, y el psiquiatra. Este, junto a la madre del protagonista, proporcionan los principales momentos cómicos de la novela.

La rutina del solitario protagonista, jalonada por libros y películas (seguro que nos suena ese plan de confinamiento), los cuales se convierten en el consuelo de viajeros inmóviles como bien dice, se rompe cuando aparecen los demás personajes, y cuando él no puede, no quiere o no sabe, poner distancia. Como historia de un confinamiento voluntario que se complica a pesar de las intenciones del solitario personaje, me hubiese chirriado menos. El problema de este libro quizá sea más bien "mi problema", pues me resulta difícil abordar un problema tan reciente y grave desde el frívolo enfoque de esta novela. La literatura como escape de la realidad está muy bien, y entiendo que añadir más drama a una situación que vives en directo puede resultar deprimente, pero con ese título esperaba cosas como echar de menos la antigua normalidad en forma de flashbacks o redecorar la casa de arriba a abajo. 

Resulta difícil rellenar 300 páginas sobre confinamiento y confieso que se me hizo pesado de leer, en ese sentido sí que tristemente me recordó a lo largo que se puede hacer un día en la cuarentena. Dejando a un lado si el enfoque es el "correcto" o si gustará a todos los lectores, el libro se centra en los desvaríos del protagonista, que insiste en que todo es real, como si recibir mensajes de una paloma mensajera fuera lo más normal del mundo. Si a eso añadimos que estaba previamente en tratamiento psiquiátrico, no sabemos en qué terreno nos movemos. Visto así, sus delirios y alucinaciones entran dentro de su normalidad si el narrador ya era proclive a esa clase de comportamientos, y si están provocados o acentuados por el confinamiento queda en segundo plano. 

El libro consigue sacarnos alguna sonrisa y tiene momentos divertidos, pero sin el oportuno empuje de tener ese título, tendríamos las aventuras de un anti-héroe en cualquier otra época. Quizá así habría logrado yo empatizar más con esta rocambolesca historia.

Spoiler

Pasando a la vida amorosa del narrador durante el encierro, tenemos al fantasma platónico de una vecina casada, a una antigua novia y a otro amor platónico de la infancia. A la primera se rinde sin reservas, en la línea de sus desvaríos; a la segunda, aunque ella llega a lo loco saltándose el estado de alarma, la despacha porque ha envejecido tras treinta años sin verse. Me parece una absurda excusa por parte de un hombre que no aguanta más de dos flexiones sin echar el desayuno. Y en cuanto a la tercera, es la que da más juego y anima el tramo final de la historia.

Si la intención era crear un personaje antipático, lo logra con éxito. El punto álgido de la antipatía que provoca el narrador llega cuando pone en boca de su exnovia lo bien que está escrito el libro que tenemos entre manos. Pero supongo que en este juego de espejos todo es interpretable y aceptable si lo pasas por el tamiz del surrealismo.

Que Pilar era la mujer del otro estaba claro desde muchas páginas antes de que nos lo suelte como una sorprendente primicia.