Este
libro tardé en leerlo porque creía que sería un deprimente retrato
de la figura de la mujer soltera a principios del siglo XX, incluso
una crítica hacia la misma. El autor es un hombre, y por eso me
sorprendió el enfoque de la novela. No se trata para nada de atacar
a las solteras, sino de todo lo contrario. Es un libro muy divertido,
aunque de fondo tengamos el drama social que suponía no “pillar
marido”. La protagonista, Magdalena, es una muchacha adelantada a
su tiempo, más interesada en leer libros todo el día sin parar que
en preocuparse por su soltería, de la que disfruta a pesar de la
vara que le da su abuela a todas horas para que busque marido de una
buena vez. La abuela produce una mezcla de irritación y ternura,
pues ella no conoce otro modelo social que el de casarse pronto y
bien, y quiere lo mejor para su nieta, dando por sentado que es lo
mismo que quiere ella, claro.
El
giro en la trama es un poco previsible, y quizá te puedas sentir
identificada con esa actitud de “no tengo tiempo para el amor” y
de golpe te obsesionas con el tema xD Las amigas de la protagonista
están muy bien retratadas, y el segundo giro en la trama sí que se
ve venir dadas las circunstancias, pero no por ello decae el interés
de este libro, que se desarrolla en un entorno reducido sin grandes
acontecimientos.
Me
parece una obra curiosa y muy recomendable. Como muestra del avance
que supone para la época, aquí dejo algunos fragmentos:
Su
autoritarismo da miedo a mi independencia. Si me decido a tomar un
marido, no quiero darme un dueño.
La
mirada del señor Desmaroy se cruza con la mía. Nuestras dos
voluntades cruzan el hierro. Evidentemente mi antipatía se precisa.
Desmaroy sostiene sus ideas y yo las mías, nos miramos otra vez, no
como amigos sino como luchadores. Leo en sus ojos “esta muchacha es
demasiado absoluta, qué cabeza, yo la meteré en cintura. Una mujer
está hecha para obedecer”. Bajo los ojos y mis párpados ocultan
una respuesta acerba e irritada: “no, no me meterá usted en
cintura porque jamás seré su mujer.”
Tiene
momentos cómicos notables, como cuando se pone de relieve que no hay
peor machista que una mujer machista.
-Esa
independencia de carácter -continuó la Fontane-, no sólo es un
motivo de celibato del lado femenino, sino que asusta también a no
pocos jóvenes. ¿Qué vamos a hacer, piensan, de una mujer
autoritaria y déspota?
-Ahogarla
-exclamó Francisca.
O
en este otro momento de guiño metaliterario:
-En
las novelas, Francisca, pero en la vida...
-En
la vida pasa como en las novelas. Créeme, Magdalena, he leído
bastante para conocer la materia.
Una
cosa curiosa de este libro, y de otros que ya comentaré, es cómo
hay temas que parecen no cambiar a lo largo de los siglos en cuanto
al amor. En este fragmento por ejemplo, se critica el egoísmo
masculino:
-El
espíritu caballeresco, Magdalena, está muy enfermo -respondió la
de Ribert-. En ninguna de estas cartas se encuentra la más pequeña
huella de él.
Cogí
las cartas esparcidas en la mesa y las recorrí con los ojos durante
unos segundos.
-En
suma -dije a modo de conclusión-, es el “yo”, siempre el “yo”
lo que domina... Ninguna otra razón... ¿Piensan así todos los
hombres, señora?
-Todos
no, Magdalena, pero sí muchos. Note usted, hija mía, cómo se
desprende de todas esas cartas el cuidado del bienestar personal...
¡Pobres mujeres!
En
resumen, una obra no muy conocida que merece la pena redescubrir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu mensaje. Aparecerá tras aprobación.