Las solteronas, de Claude Mancey. Reseña



Este libro tardé en leerlo porque creía que sería un deprimente retrato de la figura de la mujer soltera a principios del siglo XX, incluso una crítica hacia la misma. El autor es un hombre, y por eso me sorprendió el enfoque de la novela. No se trata para nada de atacar a las solteras, sino de todo lo contrario. Es un libro muy divertido, aunque de fondo tengamos el drama social que suponía no “pillar marido”. La protagonista, Magdalena, es una muchacha adelantada a su tiempo, más interesada en leer libros todo el día sin parar que en preocuparse por su soltería, de la que disfruta a pesar de la vara que le da su abuela a todas horas para que busque marido de una buena vez. La abuela produce una mezcla de irritación y ternura, pues ella no conoce otro modelo social que el de casarse pronto y bien, y quiere lo mejor para su nieta, dando por sentado que es lo mismo que quiere ella, claro.

El giro en la trama es un poco previsible, y quizá te puedas sentir identificada con esa actitud de “no tengo tiempo para el amor” y de golpe te obsesionas con el tema xD Las amigas de la protagonista están muy bien retratadas, y el segundo giro en la trama sí que se ve venir dadas las circunstancias, pero no por ello decae el interés de este libro, que se desarrolla en un entorno reducido sin grandes acontecimientos.

Me parece una obra curiosa y muy recomendable. Como muestra del avance que supone para la época, aquí dejo algunos fragmentos:
Su autoritarismo da miedo a mi independencia. Si me decido a tomar un marido, no quiero darme un dueño.
La mirada del señor Desmaroy se cruza con la mía. Nuestras dos voluntades cruzan el hierro. Evidentemente mi antipatía se precisa. Desmaroy sostiene sus ideas y yo las mías, nos miramos otra vez, no como amigos sino como luchadores. Leo en sus ojos “esta muchacha es demasiado absoluta, qué cabeza, yo la meteré en cintura. Una mujer está hecha para obedecer”. Bajo los ojos y mis párpados ocultan una respuesta acerba e irritada: “no, no me meterá usted en cintura porque jamás seré su mujer.”

Tiene momentos cómicos notables, como cuando se pone de relieve que no hay peor machista que una mujer machista.
-Esa independencia de carácter -continuó la Fontane-, no sólo es un motivo de celibato del lado femenino, sino que asusta también a no pocos jóvenes. ¿Qué vamos a hacer, piensan, de una mujer autoritaria y déspota?
-Ahogarla -exclamó Francisca.

O en este otro momento de guiño metaliterario:
-En las novelas, Francisca, pero en la vida...
-En la vida pasa como en las novelas. Créeme, Magdalena, he leído bastante para conocer la materia.

Una cosa curiosa de este libro, y de otros que ya comentaré, es cómo hay temas que parecen no cambiar a lo largo de los siglos en cuanto al amor. En este fragmento por ejemplo, se critica el egoísmo masculino:
-El espíritu caballeresco, Magdalena, está muy enfermo -respondió la de Ribert-. En ninguna de estas cartas se encuentra la más pequeña huella de él.
Cogí las cartas esparcidas en la mesa y las recorrí con los ojos durante unos segundos.
-En suma -dije a modo de conclusión-, es el “yo”, siempre el “yo” lo que domina... Ninguna otra razón... ¿Piensan así todos los hombres, señora?
-Todos no, Magdalena, pero sí muchos. Note usted, hija mía, cómo se desprende de todas esas cartas el cuidado del bienestar personal... ¡Pobres mujeres!

En resumen, una obra no muy conocida que merece la pena redescubrir.

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